La maldita zona de confort

En estos días se cumple un año y medio desde que me planté en Arapiles 13 para pedir mi excedencia, desde que hice mi último concierto en el circuito underground de Madrid, desde mis últimas semanas locas de entrenos, trabajo, ensayos, atascos y tuppers. Muchos tuppers. Ahora no lo recuerdo, desde luego, como una vida cómoda. Ni mucho menos. Me canso sólo de pensarlo. Pero aquella realidad era mi zona de confort.

La verdad es que eso de la “zona de confort” es un término que no me gusta nada. No sé, realmente, qué significa, pienso que para cada persona es diferente en cada momento de su vida. Y para rematar el asunto, está ese topicazo de que no sólo tenemos que tenerla, sino que además tenemos que abandonarla. Os dejo por aquí un par de imágenes, de las primeras entre los casi 2 millones de resultados que arroja google al respecto.

¿Pero cómo voy a dar el paso de salir de mi dichosa zona de confort si ni siquiera sé cuál es? Y, en caso de que lo sepa, si de verdad encuentro un lugar, una rutina, un entorno que me haga feliz, ¿de verdad es tan importante abandonarlo? ¿Persiguiendo qué, exactamente? Aquí otra vez vienen los influencers emprendedores a decirte que claro que hay que abandonarla, persiguiendo tus objetivos. Y yo me vuelvo a preguntar lo mismo que en este post, ¿qué pasa si no tengo claros mis objetivos? O si son tan sencillos como “seguir estando bien, gracias”. El altavoz de las redes sociales hace que parezca necesario ser ambicioso, tener sueños imposibles y luchar por hacerlos realidad, pero yo no creo que las sociedades pudieran prosperar si todos los individuos fuesen así. Ni siquiera funcionaría para los propios emprendedores. Por ejemplo, si no existiera un gran núcleo de personas capaces de alcanzar la felicidad en las pequeñas cosas de su día a día, sencillo y poco ambicioso, los patrones de consumo de la sociedad no serían nada predecibles y las nuevas ideas de negocio fracasarían sistemáticamente. Pero bueno, me estoy metiendo en un jardín que no es el mío.

Hace año y medio, cuando me asaltaba el vértigo ante la idea de alejarme de Madrid, de mi familia y amigos y cambiar de trabajo, me animaba a mí misma diciéndome “estás saliendo de tu zona de confort, vas a ver qué fuerte te haces ahora”. Y, por supuesto, el bofetón que me devolvió la vida fue monumental.

Porque aquella realidad (zona de confort) que me había construido en Madrid, con mi ajetreada rutina, me había ido cargando de ansiedad durante años, sin que yo me hubiese permitido parar ni un segundo para darme cuenta. Y cuando el cambio me obligó a frenar en seco, se me vino el mundo encima. No hubo nada bonito en las primeras 6 semanas de mi flamante nueva vida. Los problemas burocráticos, la frustración de buscar piso, los problemas con el idioma, la huelga de transporte, el clima… Muchos influencers me habrían dicho que todas esas zancadillas eran oportunidades para seguir creciendo. Y puede ser, pero desde luego la consecuencia no ha sido hacerme más fuerte. Porque cuando de verdad empecé a sentir que mi vida había mejorado fue en 2020. Sí, en el terrible 2020 que todos tuvimos que encerrarnos en casa y bajar revoluciones por obligación.

Porque mi auténtico crecimiento ha sido hacerme más tranquila. Más conformista incluso, y más fan de las zonas de confort. Tan fan que, cada vez más, creo que la clave no es “salir de” la zona de confort, sino ampliarla. Más que cortar en seco con el ancla a la seguridad de lo conocido, encontrar muchos pequeños puntos de anclaje que, dándote la libertad de conocer cosas nuevas (si te da la gana) te permitan volver emocionalmente a casa.

Por ejemplo, mi rutina de entrenamiento de fuerza en el Viva Gym de Las Tablas era parte de mi zona de confort. Durante este año y medio no he abandonado la “zona de confort” que supone para mí ese hábito, sino que la he ampliado y he conseguido entrenar en unos 20 sitios diferentes (que recuerde ahora) con distintos métodos, material y condiciones. Claro que no es lo óptimo a nivel de resultados, pero es una manera de llevarme conmigo ese trocito de zona de confort para poder tenerlo siempre, como anclaje a mi bienestar.

Hay pequeñas partes de aquella realidad que han desaparecido para siempre, otras han ido mutando y, por suerte, lo más importante sigue conmigo. Porque tal vez algunos me dirán que no he entendido bien la definición de la maldita “zona de confort”, pero yo sigo pensando que, en un mundo cambiante como este, necesitamos tanto trabajar nuestra capacidad de adaptación como mantener nuestras constantes. Y este equilibrio de aceptar los cambios y a la vez conservar lo que me mantiene sana, feliz y en calma, es la zona de confort en la que quiero estar.

8 thoughts on “La maldita zona de confort

  1. A mí me parece que lo tienes bastante claro. Efectivamente, tu zona de confort es sólo tuya y la defines tú. Lo que te haga bien, física y, sobre todo, mentalmente. Me encanta que hayas salido de tu antigua (y falsa) zona de confort y hayas encontrado otra mejor. Y quizás no sea la última y luego encuentres una que te guste aún más pero, por lo pronto, sigue disfrutándola 🙃

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    1. Eso creo, que vivimos siempre en búsqueda, y que por muy cómodos que estemos con nuestra realidad siempre estamos adaptándonos a cosas nuevas.

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